CORAZONES ROTOS, la nueva novela de Vicente Vázquez

Corazones rotos

Aparece intempestivamente el cadáver de un hombre en el trascoro de una iglesia mesetaria de ubicación indeterminada. Lo descubre un peregrino francés que andaba por allí. Es evidente que se trata de un crimen. El comisario Barrientos, jefe de la brigada de estupefacientes de Valladolid -los famosos “estupas”- se hace cargo del caso, ya que junto al fiambre se encuentran restos de sustancias dopantes. A partir de ese momento comienza una desenfrenada carrera por descubrir al asesino. La investigación llevará al policía a indagar en los antecedentes de todos los sospechosos, en sus vidas pasadas, presentes y hasta en sus proyectos de futuro. Lo que parecía, en un primer momento, un caso sencillo, se complica de tal manera que el atribulado comisario, muy a su pesar, se ve obligado a viajar por toda España, incluso al extranjero, donde parece que él, o los asesinos, pudieran estar relacionados con las mafias del tráfico de armas y sustancias dopantes. Pero nada se resiste a la sagacidad y buen hacer del comisario Barrientos, al que llaman el intelectual, que, al final, acabará descubriendo al asesino.

Esta es la trama resumida de mi novela “Corazones rotos”, recientemente editada por Círculo Rojo.

Entrando más en los detalles de esta peculiar narración, diré que se trata de la vida y milagros de los Pupas, los cuales tenían el corazón roto, si no partido, o necesitaban hacer gala de semejante estado de ánimo, irremediablemente melancólico. Las más de las veces porque ellos mismos así lo habían decidido, y otras como consecuencia de “insoportables” fracasos amorosos, enconamientos peregrinos y actitudes rebeldes, contra todo y contra todos, sin saber muy bien el porqué de semejante comportamiento contumaz. A veces se les rompía el corazón como consecuencia de un amor no correspondido, otras incluso por desengaños o traiciones y, en los casos más sorprendentes, se enamoraban tanto, con un ímpetu tan desmedido, que sus emociones se les salían de madre, como si explotasen dentro de su inflamado pecho; lo cual podía llegar a provocar incontrolables arritmias, a una edad impropia, lo cual no dejaba de sorprender a propios y extraños.

Los Pupas eran una tribu formada por lo que se conocía en aquellos tiempos, ya un tanto lejanos, como hijos de papá; en clara alusión a su privilegiada pertenencia a familias capacitadas, suficientemente, en lo cultural y en lo económico, para llevar a sus retoños a estudiar en colegios privados que, aunque no totalmente prohibitivos, en lo económico, resultaban francamente caros e inaccesibles para la mayor parte de las familias pertenecientes a las clases populares. 

Estos jóvenes disfrutaban de un país en franco desarrollo económico y tenían el pleno convencimiento de estar llamados a formar parte, tarde o temprano, de las élites dirigentes de la sociedad, ya que acabarían todos ellos completando su formación académica en una universidad de la época, también minoritaria y hasta cierto punto de difícil acceso, pero con un creciente y saludable impulso intelectual. Por su corta edad, la vida no les había dado aún la oportunidad de tener ideas propias sobre casi nada, y menos aún acerca de la situación política y cultural que imperaba en la España del momento. Se declaraban apolíticos, y lo eran en el más estricto sentido de la palabra, salvo por lo que hubiesen podido aprender en sus propios hogares. Cosa bastante improbable, teniendo en cuenta el gran trabajo de vaciado ideológico impuesto “manu militari” por la dictadura franquista. Como solía decir un comentarista de la época: “Hay cosas sobre las que es mejor no opinar y ni siquiera preguntar, salvo que uno esté dispuesto a que le den un par de bofetadas”.

A medida que fueron pasando los años tuvieron que hacer frente, los Pupas, a importantes cambios en su comportamiento. Tuvo mucho que ver en esta transformación el advenimiento de culturas foráneas, y la revolución provocada por los grandes líderes juveniles de los años 60, de la talla de los Beatles, Elvis Presley, Bob Dylan, Joan Baez, Pete Seeger y tantos otros. Fue en ese preciso momento cuando los Pupas pasaron, en su mayoría, de una u otra forma, a engrosar las filas de los españoles contestatarios, los que querían dejar atrás el nacional catolicismo, la autarquía, no solo económica sino también cultural y, por supuesto el impopular respeto a la incuestionable autoridad paterna, tal como quedó plasmado en la magnífica película de Mike Nichols, El graduado, basada en la homónima novela de Charles Webb, magistralmente interpretada por un jovencísimo Dustin Hoffman, que se convirtió en objeto de culto entre los Pupas.

Es difícil evaluar, a fecha  de hoy, a qué grado de desarrollo habían llegado en España las libertades públicas. Ocurrieron tantas cosas en el mundo y de tanta importancia, que los cambios se hicieron sentir por todas partes y, por supuesto, España no fue una excepción. El franquismo terminó, aparentemente, cuando murió el dictador, pero las formas de vida, sobre todo las de los jóvenes universitarios y de los obreros de las fábricas, habían cambiado mucho tiempo antes. Los Pupas siguieron siendo, todavía algunos años más, los hijos de papá, pero comenzaban a mostrar síntomas evidentes de que no se encontraban a gusto en ese rol tan confortable que les habían asignado, pero con el que ya no se sentían identificados.

El tiempo todo lo cura y justifica cualquier comportamiento por infame que pueda parecer en su momento; y cuanto más tiempo haya pasado más razonable nos parecerá su comprensión. Es tanto como aceptar que con el paso de los años se curan todas las heridas y nos volvemos tolerantes al evaluar conductas que en un principio nos parecieron de todo punto inaceptables. Sin embargo, “a los que conocieron al muerto”, con síntomas evidentes de haber sido asesinado, les pareció, en su día, en sus juveniles ensoñaciones, que él se lo había buscado y que, a nada que se hurgase en su turbio pasado, se podrían encontrar sobradas razones para su reprobación y condena. 

Los hechos imaginarios ocurrieron en una España caracterizada, en palabras de Pío Baroja, por la mala leche congénita, como marca más consistente de la raza. Precisamente por eso y, en base a tan general conducta, encuentra comprensión y misericordia un personaje famoso por su petulancia y permanente recurso a los sistemas educativos de corte represivo.

Eran otros tiempos. Lo cual no quiere decir que esté bien que todo caiga en el olvido. Por supuesto, siempre habrá quien pueda no estar dispuesto a renunciar al derecho a recordar lo ocurrido, o lo que hipotéticamente hubiera podido ocurrir, incluso con cierto mórbido placer, tratando de poner a cada cual en su sitio; imaginando incluso, como se perciben las sensaciones fugaces, casi imperceptibles, que se podría lograr lo apetecido; aunque solo fuese para que nadie se tomara la libertad de tomarlos por imbéciles y, de paso, concederse un justo desahogo, no carente de sorna o, quizá, más bien, de una malsana complacencia, a modo de venganza descafeinada, incolora e inodora, pero no insípida, con un típico retrogusto frío y agridulce, capaz de satisfacer a los paladares más exquisitos.

Los que quieran saber algo más, respecto de esta historieta, no les quedará más remedio que leer “Corazones rotos”. Les aseguro que se divertirán y, al igual que el comisario Barrientos, acabarán por descubrir al culpable.

Vicente Vázquez

www.vicentevazquez.com