VIAJE DE NOVIOS

Opinion26 de marzo de 2024 VICENTE VAZQUEZ
renault 5
RENAULT 5

A René, natural de Las Landas, lo conocimos en la tertulia de los jueves, en el desaparecido café Lyon de Madrid. Enseguida nos hicimos amigos, hasta el punto de que pasaba temporadas en nuestra casa a su mera conveniencia. 

Tenía mi primer empleo y pensaba adquirir un coche con el que descubrir un mundo que se me antojaba lleno de maravillosas sorpresas. René me recomendó el Renault 12, pero tuve que conformarme con un Renault 5 de segunda mano que me costó noventa mil pesetas, algo más del doble de mi salario mensual de aquellos días. 

Aprendí a conducir gracias a mi amigo francés que me acompañó a recoger el vehículo en un concesionario de Talavera de la Reina; lo trajo a Madrid y me dio clases prácticas, por la tarde, en la Casa de Campo, ya que yo había obtenido el carnet de conducir al hacer las prácticas de las milicias universitarias y tenía muy poca experiencia.

Corría el año 1976. Hacía poco tiempo que había fallecido el dictador y estábamos en pleno proceso de transición política. Teníamos la ilusión de que todo iba a mejorar. 

Hacía poco tiempo que nos habíamos casado y, en cierto modo, para mi mujer y para mí, era como si estuviésemos empezando una nueva vida. Ansiábamos salir de la dictadura y experimentar la recién estrenada libertad.

René, una vez que se hubo asegurado de que yo había adquirido suficiente destreza al volante, y aprovechando un ofrecimiento del sindicato socialista francés de la CGT, viajó al sur de Grecia, para trabajar como monitor de navegación a vela, y adiestrar en esta disciplina a los sindicalistas que pasaban sus vacaciones de verano en un lujoso hotel del Peloponeso, en la península de La Argólida.

Llegaba el verano y teníamos que decidir dónde pasar las vacaciones; en esas estábamos, cuando recibimos una inesperada llamada de René, invitándonos a pasar unos días en el hotel de la CGT, a condición de que nos comprometiésemos a dar un par de charlas sobre el cambio político que se estaba produciendo en España. Nos pareció una idea estupenda; acordamos que nos veríamos en Grecia, a mediados del mes de agosto y, por supuesto, aceptábamos el reto de ofrecer las charlas que nos habían pedido. 

Nos pusimos manos a la obra. Se trataba de un viaje largo, para hacerlo por carretera en un Renault 5 de segunda mano y, además, teníamos poco dinero. No podíamos permitirnos el lujo de pagar los peajes de las autopistas, a pesar de que gracias a los bonos de gasolina del RACE el coste del combustible se reducía a la mitad y yendo a campings no tendríamos que pagar hoteles; decidimos cargar el coche hasta los topes, con una tienda de campaña y muchas provisiones de alimentos. 

Estábamos seguros de que merecería la pena soportar todo tipo de incomodidades, con tal de poder conversar libremente sobre la transición política española con los sindicalistas de la CGT, entre los que había algunos representantes de Amnistía Internacional. 

Sin embargo, pensando en todos los imponderables, los indudables atractivos, y las vicisitudes del viaje, caímos en la cuenta de que nuestro objetivo principal pasaba a ocupar un segundo plano. No habíamos podido disfrutar de un viaje de novios convencional y se nos presentaba una magnífica oportunidad de poder llevarlo a cabo de una forma atractiva y diferente de los estándares habituales.

La primera noche la pasamos en un camping en los Pirineos y la segunda en otro en los Alpes. Era muy agradable el contacto con la naturaleza. Recorríamos, en término medio, más de mil kilómetros diarios, por carreteras nacionales y comarcales, muy concurridas en verano. 

A pesar de las prisas por llegar y decididos a disfrutar de nuestro viaje de novios, hacíamos paradas en los lugares más interesantes de la ruta, como Aviñón, Milán, Pavía, Mantua, Bérgamo y, por supuesto, Venecia. 

Salimos de Trieste al atardecer, llovía a cántaros y no resultaba fácil ver las señales de tráfico, ni las indicaciones que llevaban a la frontera yugoslava. Justo en el momento en que íbamos a cruzar el puesto fronterizo, un tanto nerviosos por entrar en un país del Pacto de Varsovia, oímos un estruendo, cuya causa y origen no supimos identificar con claridad. Mi mujer dijo que le parecía que provenía del motor de nuestro coche, lo cual aumentaba el desasosiego que nos provocaba la inseguridad de lo desconocido; la lluvia torrencial; la oscuridad de la noche, y el desconocimiento del idioma. Yo, teniendo plena confianza en mi Renault 5, apliqué inmediatamente la técnica del avestruz y atribuí el irritante ruido al motor de un Porche Carrera que nos estaba adelantando ostentosamente en aquel mismísimo instante. 

El tránsito por el territorio yugoslavo estuvo plagado de desagradables sorpresas, como la que nos ocurrió cuando, tratando de llegar a Sarajevo, nos metimos en una carretera de montaña sin salida, que terminaba en un bosque; paramos en una cantina, para aprovisionarnos de agua, y unos leñadores, desdentados, nos trajeron a la memoria las terroríficas escenas de Deliverance, la película de John Boorman. Era un lugar muy solitario y aquellos individuos, de rudo aspecto, miraban a mi mujer de una forma inquietante. Sentimos un sudor frío en la nuca que, indudablemente, era el síntoma evidente del miedo.

Salimos de allí a escape, por un camino de monte lleno de grandes piedras, como si fuese el lecho seco de un río. A cada paso sentíamos que nuestro coche no iba a romper, incapaz de poder soportar la prueba. Después de más de una hora, armados de paciencia, y avanzando muy lentamente, conseguimos regresar a la carretera de la costa: “La gran ruta magistral del Adriático”. Una vía de doble dirección, llena de curvas imposibles, trazadas sobre el mismísimo borde costero, en la que se hacía patente la posibilidad de precipitarnos al mar al menor descuido. 

En el camping de Split nos robaron la cámara fotográfica, y en la oficina bancaria de un pueblo perdido de Macedonia, cerca de Skopie, donde pretendimos cambiar dólares por moneda local, la policía nos sacó de la larga fila de campesinos, o jubilados, que esperaban cobrar sus nóminas y nos llevó a otro banco, donde no había nadie, y las paredes estaban cubiertas con grandísimos retratos en blanco y negro de Marx, Lenin, Stalin y Tito. El local parecía un escenario macabro de una película de Fritz Lang,

Después de muchas peripecias conseguimos, al fin, salir de Yugoslavia y, al llegar a la bulliciosa Salónica, tuvimos la sensación de haber dejado atrás un país muy triste y pobre. 

Brillaba el sol, ansiábamos llegar al mar y éramos felices. Nos bañamos en Volos, a la luz del crepúsculo. Aquello sí que era un viaje de novios, a pesar de lo cual volvimos a oír una desagradable detonación, bastante parecida a la explosión de un petardo de feria, y ya no nos cupo la menor duda de que provenía del tubo de escape de nuestro Renault 5, pero la inexperiencia y la prisa hicieron que volviésemos a aplicar la absurda técnica del avestruz, con la ilusoria esperanza de que, fuera cual fuese el problema se arreglaría por sí solo.

Con gran emoción pasamos por encima del canal de Corinto y, desde la atalaya de la carretera, contemplamos el asombroso abismo que se precipitaba sobre el mar, donde los grandes barcos que navegaban lentamente hacia el mar Egeo parecían pequeños juguetes flotando dentro de una bañera.

Debió ser cerca de Micenas cuando el Renault 5, ya bastante enfadado, nos dijo que no podía seguir soportando por más tiempo nuestro inepto comportamiento. Hizo una prolongada pedorreta y se paró. No sabíamos qué hacer. Estábamos en medio de un páramo y, al frente, no se veía más que una curva cerrada contra un promontorio que no nos permitía ver lo que había a continuación. Eran las cinco de la tarde, nos sentíamos felices, como corresponde a una pareja de recién casados en viaje de novios, y decidimos, de mutuo acuerdo, tomarnos con calma el percance. 

Merendamos al borde de la carretera, dejamos que se enfriase el motor del Renault 5 y, al cabo de una media hora, al accionar de nuevo la llave de contacto, el coche arrancó. Pensamos que sería bueno salir de la curva y avanzar despacito para ver lo qué había detrás. Al rebasar la loma apareció ante nosotros, como por arte de magia, un cartel que decía: RENAULT 400 “métra”. 

El taller resultó excelente. Pudimos comunicarnos con el resolutivo mecánico, un animoso griego que trataba de ayudarnos, un poco en francés y un mucho por gestos y, una vez reparada la avería, llegamos al lujoso hotel de la CGT, muy sudados y tan informalmente vestidos como suele ser habitual en verano, antes de la media noche, después de transitar por un polvoriento paraje bíblico, plagado de ovejas que abrevaban en un pilón y eran conducidas por un pastor cuyas vestimentas recordaban al mismísimo Moisés orando al pié del monte Sinaí. 

Pasamos unos días inolvidables en el hotel de la CGT, hablamos de la transición y pudimos transmitir nuestra plena confianza en el venturoso futuro político que nos aguardaba en España.

Cabía la posibilidad de hacer el regreso en barco; en un transbordador que hacía la ruta regular desde el puerto griego de Patras hasta el puerto italiano de Brindisi, en el talón de la bota; pero no teníamos suficiente dinero para pagar el pasaje. No nos quedó más remedio que echarnos de nuevo a la carretera, pero en esta ocasión por Belgrado, para evitar “La Gran Ruta Magistral del Adriático”. No nos dimos cuenta de que, por el norte, íbamos a coincidir con el retorno de los emigrantes que trabajaban en Alemania, lo que hizo que el viaje de vuelta resultara, al menos, tan comprometido como el de ida y, sin embargo, pasaron cosas sorprendentes que quizá merezca la pena contar en otra ocasión.

Nuestro viaje de novios acabó siendo una experiencia inolvidable y el Renault 5 siguió dándonos muchas alegrías durante mucho tiempo.

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