LA CULTURA DEL FUEGO

Sabemos dónde vivimos, pero no somos conscientes de la fragilidad del entorno. La naturaleza es bella por si misma, dura por persistencia y supervivencia. A la vez efímera como cualquier acto de vida. No es menester del autor dar cachetes indiscriminados a los posibles lectores de este trabajo. Se ha hecho con la humildad del que parte de la ignorancia, mientras otorga el conocimiento de su experiencia. Su misión es solo dar una brecha más de luz a nuestra incidencia con lo natural del fuego. El primer paso (como siempre digo) es conocer un poco aquello con lo que te puedes encontrar, para cuando menos, gestionar con inteligencia las situaciones que es capaz de depararnos. Hoy no es cualquier día para hablar de ello. El día del padre es una muy buena señal para rendir homenaje, como padre que también es a su mentor y referente. Huella y señal en el tiempo de vida por senderos, montes y ríos de Alfonso García Hompanera.

Reportajes19 de marzo de 2024ALFONSO G. HOMPANERAALFONSO G. HOMPANERA
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LA CULTURA DEL FUEGO

El fuego: ese fenómeno natural mágico para nuestros ancestros, caracterizado por emitir luz y calor. Esa reacción química exotérmica de oxidación que transforma la naturaleza de los materiales combustibles en energía agotándolos hasta reducirlos a mero polvo, a ceniza; ese fenómeno que, una y mil veces, cada vez, nos encandila cuando lo observamos, cuando su llama nos hipnotiza, cada vez, y es capaz de escrutar hasta el rincón más recóndito de nuestra mente. Porque si uno mira al fuego a los ojos, si cruzamos un solo instante nuestras miradas, invariablemente te atrapa, detiene el tiempo a tu alrededor, y no te libera de su abrazo hasta que se te apacigua el alma.

 El fuego, sometida su furia en el hogar, se muestra benévolo y amable: es refugio contra el frío, enemigo de la insalubre humedad, e indispensable ayudante de cocinero; en estado salvaje se vuelve, sin embargo, el más implacable de los enemigos: indomable, impredecible, desata su cólera sin rubor y presume de todo su poder sin remordimiento alguno. Devora cuanto encuentra a su paso y se crece mientras camina, se retroalimenta de la destrucción que provoca y se regodea en su vanidad. Sabedor de nuestros miedos, porque supo escrutar nuestra esencia cuando lo creíamos sometido en la fragua, sirve incandescente su venganza: nos atemoriza, amenaza nuestras más valiosas posesiones y disfruta provocando verdadero pánico a todo aquél que osó creer que el demonio había sido adiestrado.

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 A algunos, sin embargo, es en esos momentos de esplendor cuando, como si de un inmenso hogar se tratase, cuando el fuego más nos embelesa. Quizás fuimos capaces de examinar su alma cuando él recorría curioso la nuestra… Y, también quizás, por eso somos sabedores de sus debilidades y le plantamos cara.

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 Puente de Rey, Bierzo, 2007

La llamada "cultura del fuego" podría definirse como una cualidad humana presente en determinadas culturas rurales, muy identificadas con el fuego como signo identitario de sus pobladores. Trasciende del mero hecho físico a impregnar cada poro de nuestra cultura, desde la gastronomía hasta la religión, la tecnología o el ocio: el cocido tiene su punto de cocción, el infierno se describe como el fuego eterno, son innumerables los procesos industriales en los que está presente y no hay fiesta de San Juan sin una buena hoguera.

Si hay una región en la que esa simbiosis haya empapado hasta el último aspecto cultural de la sociedad esa es la gallega, haciéndose extensiva a zonas limítrofes, y perdiendo intensidad a medida que nos alejamos de ese epicentro cultural. Es así que en la península la cultura del fuego ha estado y está muy presente en toda la zona noroeste, ya sea en la comarca de Tras Os Montes portuguesa, o sus en zonas limítrofes españolas: Zamora, León, y Galicia especialmente; incluso Asturias y Cantabria, en cierto modo, pueden considerarse apegados a esa cultura del fuego. En estas zonas la estadística de incendios intencionados se dispara. Se define también como cultura del fuego a la presente en la costa mediterránea, especialmente la valenciana y murciana, ligada más a la actividad pirotécnica y a festividades como las fallas o la quema de ninots; no obstante, este breve escrito se refiere exclusivamente a la cultura norteña, por su especial relevancia en cuanto a incendios forestales se refiere.

El uso del fuego ha adquirido en estas zonas un estatus trascendental, casi sagrado; no en vano, si el cava identifica a un catalán o el jerez a un andaluz, en Galicia la queimada es la identitaria de su pueblo. El brebaje se realiza con fuego, y el conjuro que se relata en su fabricación es una clara apología al mismo, pincelado con creencias y supersticiones:

Con este cazo

levantarei as chamas deste lume

que se asemella ao do inferno

e as meigas ficarán purificadas

de tódalas súas maldades.

Algunhas fuxirán

a cabalo das súas escobas

para iren se asulagar

no mar de Fisterra.

En castellano

Con este cazo

elevaré las llamas de este fuego

similar al del Infierno

y las brujas quedarán purificadas

de todas sus maldades.

Algunas huirán

a caballo de sus escobas

para irse a sumergir

en el mar de Finisterre.

El fuego limpia, purifica; en definitiva, acaba con el mal, y es ese concepto el que lo eleva a su rango trascendental, sagrado. Aún hoy, una imagen que tengo grabada en la retina es la de mi padre limpiando las sebes de las fincas, hoz al cinto, horca clavada en el suelo, y a Él, empapando cotones en gasoil y prendiendo fuego…: “El fuego limpia, purifica, da vida”.

El fuego se ha utilizado históricamente para domeñar el paisaje, siendo una herramienta fundamental y muy extendida en todo el noroeste para "limpiar el monte", para purificarlo... Y, por otro lado, sigue siendo muy aceptado y defendido como práctica totalmente legítima. Tanto es así que, en zonas rurales remotas, aún se defiende y se encubre al incendiario, y se vilipendia, por el contrario, al bombero forestal.

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Fabero, 2016

Además de esa condición trascendental a la que se eleva el fuego, se pueden definir otros factores determinantes que han hecho del noroeste peninsular esa tierra de fuego que, año tras año, arde inmisericordemente, en la que el número de incendios se dispara, convirtiéndose en una verdadera locura cuando las condiciones climáticas lo favorecen -el incendiario lo sabe, conoce el fuego y sabe aplicarlo- y la simultaneidad de siniestros hacen de la gestión de recursos verdadero reto de logística. El abandono rural va haciendo mella, pero en León hemos cerrado ejercicios con 1800 incendios forestales, con más de 3000 en Orense. En la España húmeda, donde llega la lluvia y se olvida de que tiene que parar… Echen cuentas. El número de incendios se reduce, pero ese abandono rural, de la mano del cambio climático, deriva en un mayor porcentaje de grandes incendios que sobrepasan la capacidad de extinción debido a su mayor velocidad de propagación e intensidad.

El primero de esos factores, a mi juicio, es, precisamente, la llamada “España Húmeda”. Habitamos una región con un régimen de lluvias alto durante un largo período del año. Este hecho, en un clima templado como el nuestro, y a pesar de que ese régimen de lluvias se está viendo mermado sensiblemente con el cambio climático, favorece una vegetación abundante, muy variada, y con unos crecimientos considerables. Y, sobre todo, a vista de lo que nos ocupa, con una capacidad de regeneración asombrosa. Al contrario que en otras zonas de la península, donde la devastación de un incendio forestal puede percibirse durante décadas, aquí una sola primavera es suficiente para desdibujar los daños ocasionados por el fuego: el pasto verde cubre el suelo con un brillo diferente, y el ganado, si se permite la expresión, “lo enciende”, lo devora con una pasión casi desmedida. El incendiario percibe, consecuentemente, de nuevo esa cualidad “purificadora del fuego”, que “limpia la maleza” y regenera el pasto.

Este hecho, unido a una orografía montañosa, quebrada, ondulada en el mejor de los casos, difícil de domeñar, ha hecho del fuego una herramienta básica para modelar el paisaje, para someterlo a los usos y a las necesidades humanas. Castilla, sin duda una tierra dura, casi hostil, se mostró, sin embargo, mucho más sencilla de humanizar: despejado el bosque y destoconado el suelo de sus raíces, se somete mansa al arado.

Así pues, orografía, clima y ese componente cultural, casi religioso, ligado tradicionalmente al fuego, son, sin duda, las claves para entender la estadística de los incendios forestales en España, unido, seguramente, al modelo de reparto minifundista del terreno. El siguiente mapa, obtenido de la página web del MITECO, habla por sí solo:

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El enlace al portal del MITECO propuesto en el párrafo anterior desarrolla extensamente la estadística general de incendios forestales fundamentada en la base de datos nacional desde el año 1968.

El uso del fuego como herramienta, de hecho, está aquí tan enraizado que incluso las técnicas de prevención y extinción están influenciadas por el mismo, dos claros ejemplos:

La práctica de quemas controladas autorizadas y practicadas por personal de la administración se viene realizando desde viejo, aun cuando era un tema casi tabú en otras regiones de España. Hasta hace no tanto estas prácticas eran criticadas abiertamente en entornos forestales profesionales, yo mismo he sido censurado por publicitarlo. Afortunadamente la tendencia está cambiando, y, sin ser la herramienta definitiva, el uso del fuego técnico como herramienta para la eliminación de combustible forestal con el objetivo de evitar grandes incendios forestales en época estival es una práctica cada día más aceptada y extendida. El abandono del medio rural, la falta de presupuestos para gestión, y la extensa masa forestal peninsular hacen de las quemas prescritas una herramienta económicamente viable para la gestión de grandes masas con un ahorro considerable, y, por su agilidad en la ejecución, idóneas para el tratamiento de extensas superficies.

El segundo ejemplo que propongo es el uso del fuego como técnica de extinción: el que suscribe este documento atesora 24 campañas de incendios, y ya en la primera fue testigo primero, y rodado el tiempo y adquirida cierta pericia, partícipe activo de la práctica del contrafuego. Por aquí se da por hecho que es una herramienta de extinción como cualquier otra, y la más efectiva en depender de qué casos, sobre todo cuando la intensidad del incendio principal hace inviable el ataque directo. Practicamos contrafuegos a menudo, y sabemos hacerlo… Esa es también cultura del fuego. De nuevo, hasta no hace tanto, acudir en apoyo a grandes incendios fuera de nuestras “fronteras del fuego”, y proponer un contrafuego como estrategia de ataque era poco menos que solicitar una cama en el cuartelillo más cercano para pasar la noche. Poco menos que de terroristas nos trataban, y, aun cuando algún valiente director de extinción se fiaba y nos autorizaba a sacar las antorchas de goteo, siempre había quien nos trataba de locos, o incluso trataba de detener nuestro avance. Esa es, también, la cultura del fuego, y la ausencia de ella en otros territorios.

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Contrafuego en pinar con apoyo de cortafuegos y bulldozer. Villafranca del Bierzo

 Copyright ForestuX, marzo de 2024

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