¿Qué fue de Hipólito?

Opinion 17 de enero de 2024 VICENTE VAZQUEZ
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FUSILADOS ESPAÑOLES EN LA RESISTENCIA FRANCESA - ANTON SAAVEDRA

Hipólito Arango, cuyo verdadero nombre era Hippolyte Lavallon, era un haitiano que tuvo que emigrar de la República Dominicana, huyendo de las matanzas que el dictador Trujillo llevaba a cabo, con el objeto de blanquear la raza de los dominicanos. 

          Llegó a Barcelona recién proclamada la 2ª República; con una mano delante y otra detrás. Con la única esperanza de que su patrón, don Alejandro Fábregas, para el que había trabajado en Puerto Plata, y con el que había llegado a tener una relación de amistad y franca camaradería, gracias a sus influencias en la ciudad condal, le pudiera proporcionar un  empleo con el que poder rehacer su vida, lejos de La Española. 

          No fue así, ya que en Barcelona la crisis económica obligaba a las empresas a reducir plantillas. Pero, en la larga travesía del océano Atlántico, conoció a un personaje relevante del anarquismo catalán, Josep Cardona, que fue el que realmente le ayudó en sus comienzos, en una ciudad agresiva, desconocida y llena de peligros, huelgas y conflictos callejeros. 

Desde el primer momento, sin quererlo, casi sin darse cuenta, se vio envuelto en el cerrado y peligroso círculo de la CNT. No era anarquista. Ni siquiera sabía a ciencia cierta qué significaba serlo. No tuvo participación destacada en dicho movimiento, salvo pequeñas actuaciones irrelevantes pero, le gustase o no, todas las personas con las que se relacionaba vivían día a día las ideas y los modos de vida revolucionarios de los anarquistas. 

Uno de los líderes más importantes del movimiento, Josep Cardona, principal valedor de Hipólito, fue desterrado al penal de Villa Cisneros, acusado de haber participado en la organización de las huelgas de los mineros del Alto Yobregat. A su regreso del exilio fue encarcelado en la cárcel modelo de Barcelona, acusado del asesinato de dos guardias civiles y un paisano, y posteriormente sentenciado a cadena perpetua. Murió de paro cardiaco, en circunstancias extrañas, en un traslado, eufemísticamente llamado conducción ordinaria, a la prisión de Burgos.

Con estos antecedentes, quedaba claro que Hipólito, para la policía, y para casi todo el mundo, era miembro de la CNT y participaba de las actividades revolucionarias llevadas a cabo por el sindicato.

Los que le conocían de verdad sabían que para Hipólito lo importante de la vida estaba mucho más allá de la acción política. Por supuesto que sus amigos eran anarquistas, y estaban dispuestos a cometer asesinatos por la causa, pero él no comulgaba con esas ideas. Le repugnaba la idea de matar a un ser humano para conseguir un objetivo político, por justo que éste pudiera parecer. Era fundamentalmente un hombre pacifista y su amistad con Cardona obedecía a profundas razones morales entre las que no cabía la justificación del asesinato como instrumento de la acción revolucionaria. 

          En mi novela titulada: “A la vuelta de la esquina”, desempeñó un papel tan relevante que muchos de mis lectores, una vez conocedores de su experiencia vital, no dejaban de preguntarme, a cada paso, qué había sido de este personaje, una vez que lo hice desaparecer de la narración con el pretexto del estallido de la guerra civil. 

No cabe duda de que el caos existente en la zona republicana, al acabar la guerra civil, desencadenó un éxodo de tales proporciones, entre los vencidos, que fue la causa de la desaparición y muerte de muchas personas, hombres mujeres y niños, obligadas a abandonar el país, en condiciones infrahumanas, huyendo de las represalias de los vencedores, dando lugar a lo que se llamó la “Retirada”. Y este era el destino que yo le había asignado a Hipólito en mi novela. Abandonó Barcelona, acompañado de su amiga Rosa, la viuda de Josep Cardona, y de su mujer Nuria, pasando a Francia, a píe, por el puesto fronterizo de Le Perthus. Pensaba que en el país vecino lo recibirían en buenas condiciones y podría empezar allí una nueva vida, pero no fue así. 

Se estima que el número de evadidos que pasaron a Francia por los puestos fronterizos, o simplemente cruzando la línea divisoria de los dos países a monte abierto, en los primeros meses de 1939, pudo llegar a sobrepasar los quinientos mil, y el gobierno francés les recibió como a verdaderos indeseables, rojos, comunistas, brigadistas internacionales de variada procedencia y, además, pobres de solemnidad, hambrientos, harapientos, vencidos y acompañados de la pesada carga de sus familias, en las que había un elevado número de mujeres, niños y ancianos.

Incapaz de gestionar la avalancha humana que se le venía encima, el gobierno francés dispuso, de la noche a la mañana, de espacios naturales, vallados con alambradas de espino, situados en lugares inhóspitos, sin ningún tipo de edificación, obligando a los españoles a vivir a la intemperie, donde ni siquiera había letrinas. En uno de esos campos de concentración fue alojado Hipólito, obligado a separarse de las dos mujeres que le acompañaban, de cuyo paradero nunca más volvió a tener noticias.

Su primer destino fue el campamento instalado en la larga playa de Argelès sur Mer, en los Pirineos Orientales, muy cerca de Colliure, donde hacía poco tiempo había fallecido Antonio Machado. Allí conoció Hipólito a algunas personas anarquistas que tenían el propósito de organizarse para continuar la lucha contra el franquismo desde fuera de España.

Las condiciones de vida del campo eran tan penosas y el trato de los guardianes, en su mayoría soldados senegaleses del ejército francés, tan humillante y vejatorio que cada poco tiempo había alguien que moría de inanición, de frió o de enfermedades, ya que tampoco había servicios médicos a disposición de los internos. Incluso algunos fallecieron como consecuencia de la violencia ejercida por los guardias de seguridad. 

Hipólito, a pesar de su marcado carácter pacifista, no tardó en convencerse de que la única salida razonable era la fuga, ya que para las autoridades francesas las únicas opciones válidas eran trabajar en las obras que ellos decretasen, o ser devueltos a España, lo que suponía correr el riesgo de ser fusilados de inmediato. Los que permanecieron en los campos acabaron trabajando en la construcción de carreteras y pantanos, algunos en la línea Maginot. Otros fueron llevados a África, destinados a la construcción de un ferrocarril transafricano, donde las condiciones de vida de los campos, como los de Djelfa o Colomb Bechar, eran iguales o peores que las del continente. Según las crónicas, el régimen de trabajo en estos lugares era esclavista.

Para tener éxito en la evasión era necesario formar parte de alguno de los piquetes revolucionarios que ya se habían formado en el interior. Gracias a sus contactos Hipólito se fugó a finales de marzo de 1939 y entró a formar parte de una red de la Resistencia dirigida por Francisco Ponzán. Como hablaba francés perfectamente, aunque se le notase el acento haitiano, jugó un papel importante como enlace con los grupos franceses.

Gracias a las magníficas investigaciones llevadas a cabo por la periodista alicantina Evelyn Mesquida, hoy sabemos que la red Ponzán jugó inicialmente un importante papel de colaboración con los servicios secretos ingleses, hasta la firma del Armisticio franco-alemán de mayo de 1940. 

Inglaterra y Francia habían declarado la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939. 

A partir de la ocupación de gran parte del territorio francés por los alemanes, la red Ponzán estrechó la colaboración con los servicios secretos franceses que operaban desde la Francia libre, dando lugar a red Ponzán-O´Leary que se mantuvo activa hasta abril de 1943, llevando a cabo numerosas operaciones de evacuación de personas amenazadas de muerte por los nazis, la Francia  colaboracionista de Vichy y la dictadura franquista. Fueron miles las personas que salvaron la vida cruzando la frontera pirenaica en uno u otro sentido, con la ayuda de los hombres de la Resistencia.

El momento de máximo apogeo  de estas redes de evacuación fue la Nochevieja de 1942 pasada en los sótanos del hotel París, de Toulouse, donde se reunió la plana mayor de la red gracias a que los dueños del hotel eran también resistentes.

En abril de 1943 el líder Ponzán fue detenido, se supone que por una delación, y encarcelado en la prisión Saint Michel de Toulouse, junto con un nutrido grupo de miembros de su red de evacuación. 

El 17 de agosto de ese mismo año tuvo lugar uno de los acontecimientos más dramáticos y salvajes de la historia de la Resistencia. Los reclusos de Saint Michel, entre los  que cabe suponer que se encontraba Hipólito, fueron conducidos en un camión hasta un bosque cercano al pueblo de Buzet-sur-Tarn. Fueron fusilados en masa, apilados y quemados en una pira de cuerpos rociados con gasolina que estuvo ardiendo hasta que los asesinos se aseguraron de que no quedaban nada más que huesos imposibles de identificar.

A fecha de hoy no se sabe a ciencia cierta quiénes llevaron a cabo la salvaje matanza de aquellos seres humanos indefensos. La hipótesis más plausible es que fuesen miembros de las fuerzas alemanas de ocupación, en el momento en que comenzaban a abandonar la zona ocupada, cuando ya no cabía la menor duda de que el avance de las tropas aliadas era imparable y estaba a punto de producirse la Liberación del todo el territorio francés. Sin embargo, para otros, los autores de la horrible masacre fueron agentes franceses, policías y funcionarios; colaboracionistas que necesitaban eliminar todo rasgo de implicación personal con los nazis. En ninguna de las dos hipótesis es comprensible que este infame crimen se llevase a cabo con tanta saña, y de una forma tan macabra e inhumana, incompatible con el comportamiento de personas cuya salud mental no estuviese alterada por algún profundo trastorno emocional.

El paso del tiempo ha dejado al descubierto el escaso interés mostrado por las autoridades francesas y alemanas en el esclarecimiento de los hechos. Y lo mismo ocurre con lo sucedido en los campos de concentración franceses, o con el importante papel desempeñado por los combatientes republicanos españoles, integrados en las tropas francesas que al mando del general Leclerc liberaron París, o los que formaron parte de la Resistencia.

Hippolyte Lavallon, de nombre españolizado Hipólito Arango, fue uno de aquellos valientes que lucharon por Libertad del género humano, en unas condiciones tan difíciles que perdieron la vida en el intento.

 

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