Terrazas con cronómetro: ¿adiós a la caña sin prisa?

Últimamente, algo ha cambiado en el ritual de sentarse en una terraza. Ya no siempre se trata de dejar que el tiempo pase entre charla y charla, entre sorbo y suspiro.

León15 de mayo de 2025RMLRML
terrazas con prisa
terrazas con prisa

En algunos bares de España, sobre todo desde la pandemia, han empezado a mirar el reloj. Literalmente.

Sí, lo que antes era un refugio sin prisa, ahora viene con condiciones. En lugares como Barcelona, ya hay cafeterías donde el precio de un café depende de cuánto tiempo te quedes. Un cortado que cuesta 1,60 euros sube a 2,50 si alargas la estancia más de 30 minutos. Y si llegas a la hora, lo mismo te sale por 4. ¿La razón? Evitar que alguien se eternice con una sola bebida mientras hay quien espera mesa al sol, suspirando.

Otros locales, algo más sutiles, han optado por prohibir el uso de portátiles. Así, sin rodeos. Porque, claro, trabajar cuatro horas con una infusión no les cuadra en la cuenta del día. Y aunque de entrada suena un poco antipático, muchos clientes habituales lo comprenden. La clave está en avisar bien y no pasarse de listos. Que todo se haga con sentido común y un poco de empatía.

Desde lo legal, todo correcto… siempre que las normas se expliquen de forma clara, sin trampas. Si sabes desde el principio que la mesa tiene tiempo, decides si te quedas o no. Lo que molesta es la sorpresa.

Detrás de estas medidas hay una intención muy concreta: sacar adelante el negocio. Hacer que cada mesa cuente, sobre todo en zonas donde las sillas vacías duran segundos. Pero claro, esto también choca con algo muy nuestro. Porque aquí, sentarse en una terraza no es solo consumir, es vivir un rato. Y eso, a veces, no cabe en un cronómetro.

En León, esta tendencia empieza a asomar tímidamente. Algunos bares cerca de la Plaza de la Pícara Justina ya lo están probando. Por ahora, lo hacen sin mucha alharaca, midiendo reacciones, tanteando el terreno.

¿Se quedará esta moda? ¿O terminará desapareciendo como tantas otras ideas bien intencionadas pero poco queridas? Quién sabe. Lo que está claro es que, en este país, echar la tarde con una caña sigue siendo casi un derecho sentimental. Y eso… no tiene tarifa.
 

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