Nos sobra tecnología y nos falta HUMANIDAD

Las historias más cotidianas ahora se explican en las redes sociales. Por una parte, esto permite acceder a cosas a las que no podríamos llegar de ninguna de las maneras. Por otra, también permite difundir el pensamiento de todos.

Provincia20 de noviembre de 2022 RML
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De nosotros depende la administración adecuada de todas estas posibilidades sacando de ello el partido que mejore, tanto nuestro conocimiento, como la sabiduría de una sociedad que cada vez desprecia más los valores para organizar equilibradamente su vida. Cada vez nos escudamos más en la multitud, mientras nos ocupamos en ocultar nuestra responsabilidad ante la acción que hay que tomar por todo lo que pasa en el mundo. El cambio nunca surge como punto de partida de una consigna política o estatal. El cambio, es producto de los pequeños pasos personales que cada uno de nosotros damos para avanzar. Por lo tanto, el cambio es innovación, es una responsabilidad individual. 

Enfocar el cambio necesita de puntos de partida que motiven la reflexión personal, la puesta en duda de algo o de alguien. Por eso, hoy quiero contar una historia cotidiana en el conocimiento de que para plantearnos algo nuevo necesitamos una chispa. Hoy, la chispa dice así:

Un señor que, probablemente superaba los 80 años, guardaba cola en un cajero. Me coloqué detrás de él y cuando accedió, sacó un sobre que presupuse contenía dinero. Le observé a una distancia prudencial y me percaté de que era incapaz de llevar a cabo la operación.

Tocó varias veces la pantalla y deduje que no conseguía lo que pretendía. Se volvió hacia la cola que ya se había incrementado. Me miró. Yo estaba justo detrás y con un solo gesto entendí que me pedía ayuda.

Inmediatamente se la ofrecí y el señor asintió con un… tímido “por favor”. Le ayudé de mil amores a realizar su gestión, pero indicándole donde tenía que ir pulsando… no quise tocar ni un billete de los suyos por respeto y porque no quise que se pudieran crear confusiones con el dinero. Él quería hacer un ingreso… y le indiqué cómo debía realizarlo. El señor, a su ritmo, consiguió introducir la cantidad a ingresar y terminó de hacer la gestión mientras yo le decía donde tenía que tocar para zanjarla. Terminó, nos retiramos del cajero para qué pasara la siguiente persona y me dio las gracias… le dije que no se preocupara, que había sido un placer y antes de marcharme, introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó la cartera y me ofreció un billete de diez euros. Yo no di crédito, me asombré y le dije que, de ningún modo por favor. El pobre hombre me dijo que… le gustaría agradecérmelo y que me tomara un desayuno a su salud. Le di las gracias, pero que en ningún caso lo aceptaría. Lo guardó y me volvió a agradecer y yo a él. Nos despedimos y me quedó un sentimiento de pena por este señor y por todos los mayores, (recordé que son nuestros padres y abuelos y que fueron los que hicieron el país que tenemos) que se están viendo solos frente a este monstruo de la tecnología que cada vez más, nos está convirtiendo en seres sin alma ni compasión.

Esta terrible imagen se da en bancos, pero también en la asistencia médica, en hacienda, en la seguridad social, en ayuntamientos… en los lugares más cotidianos. Estas son personas que han contribuido durante toda una vida a que haya servicios a los que no pueden acceder porque tienen dificultades con la tecnología. No cuesta nada atenderles y facilitarles un poquito de vida… con todo lo que ellos hicieron por nosotros. Qué triste, muy triste, que no se preocupen por estas personas que lo dieron todo para que nosotros hayamos avanzado tanto tecnológicamente; sin embargo, ahora cuando más nos necesitan, desaparecemos. Es vergonzoso lo que está pasando. Nos sobra tecnología y nos falta HUMANIDAD, deshumanizándonos.

Los Gobiernos, desde los de los países hasta los más humildes ayuntamientos deben tomar medidas urgentes. No se puede despreciar de esta manera a quienes han sido clientes toda su vida de estos bancos y cooperantes necesarios para construir todo lo que tenemos, a lo que nos hemos acostumbrado, mientras le vamos robando el valor.

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