El Pantano de Riaño

Ocurrió una vez, no hace mucho tiempo, que la palabra pantano se unió a otras que, por un efecto caleidoscópico de las cosas de la política, acabaron sonando a franquismo, como si no existiesen pantanos construidos durante el reinado de Alfonso XIII. Efectivamente, el de Riaño se proyectó en tiempos de Franco, se terminaron las obras en la democracia y se cerró la presa siendo presidente del gobierno Felipe González.

Opinion 05 de septiembre de 2023 VICENTE VAZQUEZ
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PANTANO DE RIAÑO - WIKIPEDIA

Fue una decisión traumática para todos los habitantes de los pueblos afectados, no solo los que desaparecieron bajo las aguas, sino los de su extenso ámbito de influencia, en no menos de cincuenta quilómetros a la redonda.  

En recuerdo purgante de aquellos acontecimientos, escribí, en su día, con algunos pequeños cambios que ahora hago, necesarios para la adaptación a las circunstancias del momento presente, lo que sigue a continuación:

En la Semana Santa la primavera fluye por los ríos de los valles mineros. Es tiempo de pescadores de truchas; del Pisuerga y el Carrión, del río Grande, al que todos llaman Besandino, del Yuso, del Ribera, y del Cardaño, del Valdinievas, del Esla, del Porma y del Cea, y de todos los ríos de esta tierra que se viste de amarillo por estas fechas, con el color de los “cantaricos” que es como llaman aquí los del lugar a los narcisos silvestres. Alguien dijo una vez que en estas tierras la lluvia era amarilla. Gracias a los “cantaricos” el dolor de la Semana Santa resultaba más llevadero. 

Con la Luna llena, que debe ser la tercera del año, las orillas del río Yuso, el que baja del puerto de san Glorio, por el Valle de la Reina, hasta el Esla, atravesando por el medio lo que en su día fuera Riaño, se visten de amarillo en primavera. El último pueblo, antes de llegar a Riaño, se llamaba Pedrosa del Rey, y ni siquiera eso le valió para librarse de quedar sumergido debajo de las aguas del pantano, que también hay quien le dice de una forma un tanto ridícula embalse del Esla, o de Remolina, como para no tener que recordar que debajo de sus aguas está el viejo Riaño.  

Hay muchas razones por las cuales se sigue queriendo ocultar lo que ocurrió en el viejo Riaño, cuando se cerró la presa del pantano el día 31 de diciembre de 1987. A los políticos les da vergüenza que se recuerde que la decisión se tomó de forma precipitada, a sabiendas de que al día siguiente entraba en vigor una directiva de la Unión Europea que prohibía la obra. Era evidente que se trataba de un acto premeditado y alevoso, al frente del cual se  encontraba el ministro de obras públicas de la época. También se trató de ocultar, por todos los medios, el drama humano que se vivió en los pueblos afectados, incluidas las continuas manifestaciones populares, la ocupación militar de la zona y el suicidio de uno de los vecinos de Riaño empecinado en que nadie lo sacase vivo de su pueblo. Tampoco se dieron explicaciones de ningún tipo que justificaran el paranoico empeño puesto en la demolición de todos los inmuebles que iban a quedar sumergidos debajo de las aguas.   

Una vez cerradas las compuertas, la Luna fue llenándolo todo con sus lágrimas de plata; los valles de Riaño y la Reina, hasta la presa del pantano, por encima del puente Bachende.  

Justo por debajo de las lágrimas convertidas en agua, en la panza, quedó escrita, con otras lágrimas, las de los que tuvieron que marcharse, que dejaron allí sus gritos y su sangre, la palabra demolición, en grande, a lo largo de la oronda panza de la presa por siempre odiada.  

La Luna sigue llorando todos los años, más aún en los que van viniendo con la sequía, para que sus lágrimas, convertidas en agua, alcancen el nivel suficiente y no pueda nadie volver a leer el letrero de la condena popular y espontánea de tan famosa obra de la ingeniería hidráulica. 

La Luna llena cubre de plata los caminos de la noche, y los sueños imposibles de los desterrados, amparando las sombras, para que solo se vea lo que se deja ver; porque si se viese todo, veríamos verdes valles oscurecidos por las sombras, encharcados, marchitos, después de tantas lágrimas. ¿Qué sería de nosotros si viésemos tanta calamidad? Pero las sombras dan profundidad a los ojos plateados por el reflejo de la Luna. Es como si esos ojos ya no fuesen los nuestros sino los de la Luna, que son profundos y misteriosos, tristes, como el fondo del pantano, en el que tenemos escondidas nuestras galaxias estelares que salen a pasear la noche, solo cuando nos atrevemos a pasear desnudos, con nuestras ilusiones nocturnas, cargadas de deseos. 

Los deseos suelen ser siempre de plata, por la sencilla razón de que los de oro son demasiado atrevidos para espíritus rebeldes como los nuestros, pero vencidos. Las gentes de deseos plateados, tienen el consuelo, eso sí, de que los suyos son los mejores, porque los dorados ya no pueden ser más que eso, todo lo que son, mientras que los de la Luna son lo que son y algo más, puesto que en momentos brillantes se pueden convertir en estrellas, incluso más potentes que el mismo Sol, y con esa esperanza viven.  

La Luna llena, hay que reconocerlo, es posible que luzca en algunos días especiales en mágica conjunción solar. Puede ser que amanezca en armoniosa pareja, o que se acueste tarde, tan tarde que cuando se retire ya haya salido el Sol que la ilumina, el que le da sentido, aquel por el que ella gira una y otra vez desde que se puso a girar. Sea como fuere, el caso es que habrá días y noches en los que no se podrá saber si es de día o de noche, pero se puede soñar que siempre es de día o que siempre será de noche, según lo que parezca que mejor se acomoda el ritmo astral a nuestros estados emocionales. Así es la existencia lunar, virando a soles, a todos los soles que no dejan de aparecer en nuestras ajetreadas vidas. Cada vez que se presente un destello solar solo tendrá sentido cuando se pueda descubrir su origen, su primigenia sonrisa plateada rebotando entre iridiscentes brumas tornasoladas sobre las aguas del pantano, primero brumosas, de azul y plata y, poco a poco, naranjas como la lluvia amarilla que se ilumina con los rayos del alba. 

 El olvido es el bálsamo de los idiotas. Esto lo debió decir alguien muy importante del que ya nadie se acuerda, o no quiere recordarlo para no  tener que dar explicaciones. Sin embargo, en el silencio profundo de nuestros corazones, allí donde no necesitamos dar explicaciones, ni tan siquiera justificar nuestras imposturas, está grabado a fuego el recuerdo de los trises días en los que los habitantes de la montaña leonesa, y los de la montaña palentina, sin solución de continuidad, vimos morir con impotencia tantas emociones, amores,  imágenes, conversaciones grabadas a la caída de la tarde, cuando el Sol huidizo desaparecía entre las montañas, convencidos de que algo desaparecía para siempre de nuestras vidas. Y nadie quiso advertir ni comprender nuestro dolor.

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